El rol de editor en la era digital

Juan Francisco Ocaña

juanfrancisco.ocana@mheducation.com

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Director editorial escolar de Mc Graw-Hill en España

 

No sé exactamente en qué momento mi profesión comenzó a cambiar y, con ella, la jerga o lenguaje con el que nos comunicamos en cualquier sector profesional. Mi argot, como el de tantos otros editores y generadores de contenido, ha experimentado un cambio más que notable en los últimos años, espoleado por una revolución tecnológica sin precedentes y con multitud de enfoques.

Yo comencé a trabajar como editor en el año 1995, para las áreas de bachillerato, secundaria y formación profesional. Por aquel entonces, recuerdo que el ordenador no era una herramienta tan necesaria como lo es hoy y, los editores, nos afanábamos en cortar y pegar trocitos de texto en hojas de papel para componer y simular la página de un libro. El typpex, la regla, las unidades de medida en cíceros, el pegamento y los bolígrafos -rojo para la corrección- eran fundamentales, nuestro “mantra” giraba en torno a cómo distribuir el texto y las ilustraciones de manera homogénea, comprensible y aprovechando hasta el último espacio.

Pocos eran los autores y/o profesores −nuestros clientes− que utilizaban un procesador de textos y los paquetes de mensajería (con las pruebas en papel) se amontonaban −especialmente los viernes− con diferentes destinos y procedencias. Yo, por aquel entonces, era un privilegiado ya que tenía ordenador -Bull 386 SX- con wordperfect, lotus 123 y Dbase III plus y, por supuesto, sin conexión a Internet. El privilegio se debía a que editaba libros de informática y, claro, un editor de informática sin un ordenador era algo, cuanto menos raro. Los talleres de fotocomposición maquetaban las galeradas manuscritas que se componían en una primera ronda de pruebas –normalmente en QuarXpress− dónde dependiendo del “teclista” del taller, podías encontrar desde pocas a cientos de erratas, el proceso terminaba con una prueba definitiva antes de la impresión el “ferro” y los fotolitos.

Cuatro o cinco años después el panorama había cambiado y todos los editores y casi todos los autores teníamos ordenador y conexión a Internet, nuestro lenguaje comenzaba a absorber expresiones nuevas como los formatos de los ficheros gráficos; jpg, TIFF, los tipos de disco, megas, etc. Nuestra mecánica de trabajo había cambiado, en esencia, debido a la evolución digital y tecnológica del sistema productivo y, por tanto, la formación del editor se centraba en comprender como funcionaban los programas de maquetación y retoque fotográfico, ya que era vital entender y hacer entender al autor como afectaban sus correcciones al flujo de texto en página.

Por otro lado, durante esos años, el motor del cambio actual, el modelo de enseñanza-aprendizaje y la metodología asociada en las escuelas, no había cambiado en lo fundamental, aunque la utilización de ordenadores y la conectividad de los centros a Internet se habían generalizado y, con ello, la exigencia de más variedad de elementos y contenidos editables para adaptarlo a las clases.

Cronológicamente, los años 2003 a 2007 son de máxima explotación del sistema productivo tradicional en papel y de una creciente evolución del uso de elementos digitales en las clases como: pizarras digitales, proyectores, etc. y, aunque la docencia, en lo básico, permanecía inalterada, los recursos añadidos (actividades complementarias, power-point, etc.) cobraron una importancia tal que, en los equipos editoriales, se produce un cierto grado de especialización. Por ello, la producción de videos, animaciones, generador de exámenes, etc. comienzan a ser parte importante de la oferta editorial.

A mi juicio, el cambio más radical en nuestra manera de trabajar y producir contenidos se lleva a cabo en los años 2010 y 2011 y, tiene que ver con dos factores; la creciente utilización de plataformas con contenido digital en las escuelas y la determinación de algunas comunidades autónomas españolas por impulsar un sistema de licencias digitales para abaratar el modelo de gratuidad de los libros de texto en primaria y secundaria. Si yo tuviera que señalar un milestone en mi carrera profesional y en la de mis compañeros sería este. En este sentido, la comunidad pionera fue Cataluña con el modelo digital Educat 1×1; que aunaba la dotación de equipos y sistemas a los centros educativos y a los estudiantes con un modelo de licencias de libros por parte de las editoriales, todo ello amparado en el sistema de gratuidad y con la excusa de la modernización de la enseñanza. He de decir que a día de hoy creo que el sistema fue, a mi juicio, demasiado drástico y traumático para todos (centros, alumnos, profesores, editoriales, etc.) y al final no muy sostenible. Sin embargo, pienso que, todos, aprendimos muchísimo de aquella experiencia.

Estos cambios en el sistema de enseñanza tradicional introducen un nuevo medio de transmisión de la información profesor-alumno, lo que permite variar la forma tradicional de enseñar añadiendo variables y generando unas nuevas necesidades en el mercado. Además se abre un campo inexplorado para toda la comunidad educativa (editores, autores, profesores y generadores de contenido) sin procedentes ni históricos, ya que con un nuevo medio de formar se permiten rediseñar o crear nuevas vías de enseñanza y, por tanto, mucha más creatividad en las diversas metodologías de enseñanza y, claro está, en la generación de contenido.

Este hecho, requiere avanzar en todos los perfiles de la comunidad educativa desde los editoriales hasta los autores y profesores en varios sentidos, todos ellos complementarios. El primero, el relacionado con la tecnología ya que se requiere comprender como se dispone un contenido en una plataforma digital, como se distribuye o que compatibilidades existen entre los diferentes formatos digitales. Esto es una parte que tiene que ver con cómo estructuramos la información y cómo la desarrollamos ya que la navegación del estudiante en un libro es rígida y perfectamente estructurada, pero en un sistema on-line se permite un mayor grado de libertad del que hemos de sacar partido haciendo piezas de información menores y evaluables.
El segundo y, en mi opinión, más extenso e importante es el pedagógico, que tiene muchos matices, desde como conectar contenidos con los recursos media de manera consistente, hasta como realizar una evaluación sumativa que genere información detallada al profesor y al alumno de sus avances en el aprendizaje. Por lo tanto, el diseño inicial de un mapa de proyecto claro, conectando todos los elementos textuales y multimedia y sumando elementos de nueva naturaleza conferidos por el medio digital, es una parte clave a la que el editor ha de dedicar mucho más tiempo que antes y hacerlo desde el inicio, teniendo en cuenta la arquitectura final de la solución formativa y el grupo al que va dirigido.

Por último, la variedad de elementos y la escasez de autores con estas habilidades, hacen que el editor actúe de guía en este escenario, siendo el centro del diseño de las soluciones formativas, comenzando desde la creación de grupos de autores multidisciplinares pasando por su ejecución, seguimiento y, por supuesto, explicación detallada a la comunidad educativa.
En cualquier caso, para terminar me gustaría hacer una última reflexión acerca de las habilidades que deben perdurar y que, desgraciadamente ahora, se desdeñan por otras más ligadas a la tecnología y al cambio, que a la calidad. Creo, firmemente, que un buen contenido en cualquier formato libro, curso on-line, ebook, etc. debe ser el valor primordial de cualquier editor, en todos los escenarios abarcables, y cuestiones como son; la lectura en profundidad de los textos, el análisis crítico, la claridad, la correcta taxonomía de los conceptos, etc. son y deben ser el principal activo de un colectivo que tiene mucho que aportar.

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